Queridos
hermanos:
La
fiesta de la Santísima Virgen de la Cabeza me ofrece, un año más, la
oportunidad de encontrarme con vosotros a través de estas letras. Es una
oportunidad para hablaros nuevamente de la Virgen y ofrecérosla como modelo
para vuestra vida.
Celebrando el tiempo de la Pascua de
resurrección os invito a mirar a María como la madre del Resucitado.
Cualquiera
puede imaginar el dolor intenso e inmenso que albergaba el corazón de la Virgen
por la muerte de su Hijo. En el Calvario se cumplía la profecía del anciano
Simeón, cuando ya en la infancia de Jesús le anunció a su madre que una espada
le traspasaría el corazón. Esa espada la traspasaba al ver a su Hijo colgado en
una cruz, al Hijo muerto. Pero la espada del dolor nunca acaba con la esperanza
de los hombres de fe.
María
creyó, como lo hizo cuando el arcángel Gabriel le anunció que concebiría y
daría a luz al Hijo eterno del Padre. María creyó que a pesar del dolor siempre
incomprensible, Dios cumpliría su promesa. Por eso, como Abraham y todos los
hombres de fe, esperó contra toda esperanza. Una madre nunca acepta, no puede
aceptar, la muerte de su hijo. María no pudo aceptar que su Hijo Jesús en la
cruz moría para siempre. Esperó y vio cumplida la promesa de Dios de salvar a la
humanidad.
En
el silencio de su corazón vivía las horas de esos tres días con paz, esperando
volver a abrazar al Hijo de sus entrañas, de adorar al Dios eterno que ha
vencido al pecado y a la muerte. María, en medio del dolor, vivía la alegría
del encuentro con el Viviente, Cristo nuestro Señor.
Los evangelios no lo dicen, pero en el
corazón, los que creemos en Cristo, sabemos que Jesús resucitado se encontró
con su madre. ¿Cómo sería ese encuentro?, ¿cómo miraría la Madre al Hijo?, ¿qué
le diría el Hijo a la Madre?. No lo sabemos, pero quizás no necesitaron muchas
palabras, bastaría la mirada. El diálogo fue de corazón a corazón. Era
suficiente el encuentro, ese encuentro que la convertía en Madre del
Resucitado. Lo expresan muy bien nuestras tradiciones populares cuando la
mañana del domingo de resurrección, la Virgen sale con manto negro y al
encontrase con su Hijo resucitado se viste de blanco, de alegría, de
resurrección.
Cada
año, la Virgen de la Cabeza que es la Madre del Resucitado se vuelve a encontrar
con su pueblo, con sus hijos para anunciarnos, vestida de fiesta, que el Señor
ha resucitado. La Virgen nos muestra a Jesús y nos recuerda que hemos de vivir
cómo Cristo nos dice. Estoy seguro que ningún hijo de esta tierra, ningún
devoto de la Virgen de la Cabeza, quisiera desagradar a la Madre de todos, por
eso, hemos de vivir como Cristo nos dice. Es esto lo que más dichosa hace a la
Virgen.
Os
pido, queridos zujareños y devotos de la Virgen, que este año le hagamos ese
regalo a la Madre, hagamos el propósito
de ser buenos cristianos, de vivir según nuestra condición de hijos de Dios.
Vivir como cristianos es vivir en el amor. Experimentar que Dios nos ama y dar
ese amor que recibimos a los demás.
Como
cada año, la Virgen de la Cabeza subirá al Jabalcón, y desde lo alto mirará a
todos sus hijos; desde su corazón de madre acogerá a todos, también a los que
están lejos y a los que no la reconocen como madre. Desde el impresionante
mirador de la montaña nos bendecirá a todos, especialmente a los que más lo
necesitan. Ese día sentiremos de un modo especial el calor de su amor;
reconoceremos que tenemos una Madre que nos quiere y se preocupa por nosotros;
comprobaremos que no estamos solo, que Ella está siempre con nosotros estemos
donde estemos.
Os
deseo a todos unas buenas y santas fiestas en honor de la Santísima Virgen de
la Cabeza.
Con
mi afecto y bendición.
Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Ginés García Beltrán
† Obispo de
Guadix-Baza
Nota: D. Ginés estará en Zújar el lunes 30 de abril para compartir con Zújar sus Fiestas
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